miércoles


EL ESPACIO Y EL ARTE




El espacio como esencia del arte

Sin duda alguna, hoy entendemos que el espacio es un valor artístico y arquitectónico indiscutible, sin embargo, ningún tratado o texto teórico dedicado a la arquitectura, después de Vitruvio, ni dedicado a la pintura o la escultura, desde Alberti hasta los primeros años del siglo XX, utiliza explícitamente el término "espacio" ni como elemento plástico ni como valor artístico. Efectivamente, el espacio no ha sido considerado, hasta hace poco tiempo, como algo relacionado con el arte o la arquitectura. Cuando se ha tomado conciencia de esta carencia se ha pensado que los tratadistas y teóricos del pasado no habían tenido necesidad de nombrar e espacio, palabra que ya existía con autonomía en griego clásico y en latín, y que se usaba en otras disciplinas, porque ese concepto estaba implícito tanto en la arquitectura como en las artes. Desde esa argumentación se pensaba que la idea de espacio en el pasado era algo así como el sonido del oleaje del mar, que se hace inaudible para los marineros por estar permanentemente inmersos en él.

Por eso, algunos teóricos de la arquitectura de la segunda mitad del siglo XX, es decir, de la época en la que el concepto de espacio está ya totalmente asumido en el ideario y en el vocabulario arquitectónico, consideran que “el espacio es la verdadera esencia de la arquitectura”. El hecho de que la tratadística, desde el libro fundacional de Vitrubio, no haya utilizado específicamente el término espacio no supone mayor problema para algunos teóricos o historiadores actuales ya que entienden que la idea de espacio se halla encubierta o implícita en otros términos tales como “distribución”, “correspondencia”, “disposición” o “estructura”. Ciertamente, estos y otros términos canónicos que aparecen en los tratados participan en mayor o menor medida de la idea o las cualidades del espacio, pero, claramente, no son el espacio.

Hasta los primeros años del siglo XX, los arquitectos no han empezado a ser conscientes de todo el poder que podían desarrollar para configurar espacio, simplemente porque la idea de espacio, como reconoce Cornelis van de Ven, no pertenecía a la arquitectura, sino que era patrimonio casi exclusivo de la filosofía y de las ciencias naturales. Efectivamente, se trataba de un tema propio del pensamiento lógico o de ciencias como la matemática y la física, conocimientos en los que el término espacio se utiliza con precisión y autoridad desde tiempos remotos.

El problema no radica tanto en si la palabra espacio aparece mucho o poco en los tratados, sino en la pretensión categórica de Cornelis van de Ven, enunciada más arriba, de que “el espacio es la verdadera esencia de la arquitectura”. Esto conduciría a plantear el problema ontológico de discutir sobre cuál o cuáles son las “esencias” de la arquitectura y de las demás artes, así como a dilucidar si éstas son “verdaderas”, es decir, eternas y universales, o si se trata de cualidades meramente circunstanciales.

El término “esencia” hace referencia a la “naturaleza de las cosas”, siendo lo permanente e invariable en ellas. Vitruvio determinó que la arquitectura consta de tres partes esenciales: firmitas, utilitas y venustas (podrían ser traducidas como firmeza, utilidad y belleza), esta tríada se ha mantenido casi sin discusión hasta el siglo XIX, aunque algunos autores han sustituido los términos originales por otros dans le gouts Moderne, tales como “decoración, construcción y distribución”, que claramente suponen una modernización y adaptación de los antiguos términos vitruvianos.

Uno de los intentos ilustrados de sacudirse el polvo del pasado y refundar la arquitectura con unos nuevos principios estaba en sustituir el lenguaje de la Academia, basado en los conceptos vitruvianos, para generar nuevos ideales que se nombraran con palabras no empleadas hasta entonces, por ejemplo: funcional, racional o el término espacio que nos ocupa. La distancia temporal, no muy larga, que nos separa del apogeo de movimientos como el funcionalismo o el racionalismo nos permite entender hasta qué punto la sustitución de firmitas por “racional” o de utilitas por “funcional” no ha sido más que un deslizamiento convencional y relativo de unos paradigmas que por su alto grado de abstracción siguen siendo hoy pertinentes.

Sin embargo, al contrario de lo que sucede con las criaturas, el arte y la arquitectura no son parte de la naturaleza, sino convenciones culturales. En este sentido, se hace escurridizo, cuanto menos, establecer cuáles son sus “esencias”, es decir, qué es aquello que permanece invariable a lo largo de los tiempos, lo que “constituye su ser”, ya que las artes y la arquitectura no lo “son” por naturaleza, sino por convención, y las convenciones son arbitrarias y mutables, como lo demuestra la propia evolución de las artes.

Pero veamos cómo ha surgido esta idea. En el siglo XVIII, cuando la luz de la razón intenta alumbrar todos los saberes, algunas disciplinas, como la arquitectura, se plantearon una refundación de sus principios. El Abate Laugier, en su Essay sur l´Arrchitecture, busca unos “Principios generales de la arquitectura” que no se apoyen en los degradados lenguajes de la historia, encontrando que había que volver a la hipotética cabaña primitiva para rastrear unos orígenes lógicos e independientes. Durante el siglo XIX, diferentes teóricos, como Semper, Viollet-le-Duc o Ruskin, buscaron esos principios en la naturaleza de los materiales, de la estructura o de las formas biológicas respectivamente para combatir una arquitectura basada en la imitación e interpretación de los “estilos” históricos que conducirá a los eclecticismos. Así, cualidades materiales, tipos estructurales y analogías formales fueron los pasos previos al descubrimiento de un ente intrínseco a la arquitectura que encontraron en la idea de espacio como “esencia de la arquitectura en cuanto arte”. Tal como la presentó el historiador August Schmarsow.

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Javier Maderuelo

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