martes

EL ESPACIO Y EL ARTE


Aproximación a la idea de espacio

Para el filósofo Immanuel Kant el espacio y el tiempo no son nociones generales de las cosas, ni tampoco datos perceptibles por los sentidos, sino que pertenecen exclusivamente al ámbito del pensamiento, son las “formas a priori” de la intuición sensible.  Kant, en la Crítica de la razón pura, asegura que “el espacio no es un concepto empírico sacado de la experiencia externa”, porque las experiencias solo son posibles por la representación del espacio, es decir, para él, el espacio es una especie de idea innata, una intuición pura que poseemos todos los hombres.

Por el contrario, para el físico y matemático Henri Poincaré, el espacio se crea a partir de ciertos datos aportados por la experiencia y no es un a priori, como pretende Kant. Lo que parece cierto es que el conocimiento del espacio no es completo sólo con la intuición, ya que la idea de espacio es algo que también se va forjando con la experiencia que proporcionan los sentidos.

Ciertamente, las experiencias sensibles necesitan de las “formas a priori” de espacio y tiempo para cobrar sentido y, además, todos los hombres poseemos una idea o representación innata del espacio que permite que, independientemente de los procesos de adiestramiento que hayamos experimentado, podamos movernos dentro de él sin generar excesivos conflictos. Por eso, cualquier persona, de cualquier lugar del planeta, con independencia de sus atavismos culturales, comprende la diferencia entre la izquierda y derecha, arriba y abajo, lejos o cerca. El conocimiento de estas cualidades del espacio, aprehendido y matizado, sin duda, con la práctica, permite que realicemos constantemente desplazamientos por el espacio sin provocar continuas colisiones, tanto si nos movemos por tierra, mar o aire, utilizando nuestro propio cuerpo como si comandáramos algún artificio que requiere de un alto grado de conocimiento y conceptualización del espacio y sus condiciones de ocupación.

Pero, a pesar de la universalidad del concepto en general de espacio, no todas las personas conocemos y comprendemos el espacio en un mismo grado. No me refiero al hecho constatable de que hay bailarines que dominan las distancias con los movimientos de sus cuerpos dibujando con ellos imágenes que se componen en el espacio del escenario con auténtico virtuosismo, o que hay conductores de automóvil hábiles frente a otros que son torpes, etcétera, circunstancias que dependen más del adiestramiento que de las diferentes representaciones del mundo de las ideas, sino que el concepto de espacio que el hombre actual posee está en relación con el conjunto de las ideas que ha sido capaz de formar en el cerebro.

Las interpretaciones del espacio que se pueden forjar en la mente están limitadas a lo que seamos capaces de conocer y comprender. Lo que pretendo insinuar con esta aseveración es que, aún concediendo que el hombre tenga ideas generales innatas, como los conceptos de espacio o de tiempo, , es la experiencia quien define el carácter y las condiciones del espacio, configurando la capacidad perceptiva de él.

La experiencia de la existencia y cualidades de lo que llamamos espacio se aplica a la idea de espacio físico, es decir, al medio en el cual se ubica y se mueve el cuerpo, al volumen desocupado que surge sobre el plano del suelo que se pisa y que se extiende hasta donde abarca la mirada, a los limites visuales que acotan el horizonte.

Las matemáticas pueden conjugar espacios infinitos e isótropos o imaginar espacios de “n” dimensiones, entelequias sobre las que podemos lucubrar, pero que escapan a la posibilidad de una experiencia práctica. La ciencia física pretende descubrir los imprecisos límites de ese espacio que se supone ocupa un universo en continua expansión, y ofrece medidas astronómicas entre estrellas de distancias inalcanzables.

El geómetra, el agrimensor o el arquitecto pretenden dar razón de ese espacio en que se mueve el cuerpo y que, ingenuamente, llamamos “real”, frente a las visiones intelectivas y abstractas. Pero ese espacio de la experiencia, aquel en el que nos movemos sin ayuda de conceptos filosóficos, matemáticos o físicos, no por suponerlo “real“ y cotidiano resulta ser menos complejo y desconocido.

Desde el punto de vista del pensamiento filosófico y científico, se pueden diferenciar tres categorías de espacio, que Albert Einstein enunció en el prólogo del Libro Concepts of Space. El primero es el concepto aristotélico de espacio entendido como tópos (lugar), que posee unas cualidades de ordenación y que es identificable por medio de un nombre concreto. El segundo concepto corresponde al espacio como contenedor de la totalidad de los objetos materiales. Este tipo de espacio existe con independencia de los objetos y responde a la idea de espacio absoluto enunciada por Newton. El tercer concepto responde a la idea de campo “cuatridimensional”. Es el espacio relativo sobre el que enunció Einstein su famosa teoría. Estos tres conceptos se han formado en diferentes momentos de la historia de la humanidad y hoy coexisten simultáneamente, siendo sus definiciones válidas para cada ámbito de actuación.

Desde el punto de vista estético, las características de un espacio como el surgido en la Teoría de la relatividad no alteran las condiciones de la percepción sensorial, ya que nuestras experiencias sensibles no se desarrollan entre magnitudes astronómicas ni nos desplazamos a la velocidad de la luz durante años para que nos veamos afectados por los efectos que describe dicha teoría. El espacio con el que trabaja el arquitecto o el escultor, sobre cuyas obras podemos emitir juicios estéticos, está anclado a la superficie de la Tierra, y posee la escala de aquello que, más o menos, puede ser abarcado por los sentidos, ciñéndose sin dificultad a los principios de la geometría euclidiana y a la ley de gravitación universal enunciada por Newton; por lo tanto, las categorías de espacio que manejamos desde la estética y el arte dependen de otro tipo de factores de carácter emotivo, existencial, formal y material.

Desde el arte hablamos de espacio en términos de lugar, sitio, enclave y entorno; calificamos algunos de estos espacios como parajes o paisajes y los catalogamos en categorías como bióticos, antrópicos, culturales o históricos. Además, en esos espacios suceden cosas, crecen las plantas, llueve, corre un animal, cae la noche, calienta el sol, está oscuro, se oyen los grillos, hay mucha humedad, etcétera. Con todo, atrae la idea de tratar con un espacio continuo, isótropo, abstracto, inerte e isométrico, aquel que se visualiza como una trama cartesiana vacía, dispuesta para ser ocupada física o conceptualmente por una acción artística; sin embargo, en cuanto ente contenedor, el espacio queda definido por aquello que es capaz de contener, lo que proporciona unas cualidades de extensión, escala y carácter determinados.



Javier Maderuelo



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