domingo

 

AL MAR NO SE LLEGA TARDE


El miércoles 26 de junio desperté confundido. Por una ducha y unas sábanas me había alejado del mar empeñado. El amanecer entre los montes, silencioso como una bajamar, vengó al mar alarmándome. Salí de la pieza, del hotel y de la arboleda como quien escapa de un vehículo estrellado. Y hasta que no avisté de nuevo el mar, muchos kilómetros al norte, no me sentí ileso.

Uno puede llegar tarde a una cumbre, a una isla, a un polo, pero al mar uno no llega tarde. La llegada de uno a la costa coincide siempre con la inauguración del mar.

Si tú eres un hombre desesperadamente atrasado, ¡allégate al mar! El gran borrón azul se estrena con tus atrasos borrándolos todos. El gran borrón borra incluso tu atraso original. Ante su horizonte tú siempre puedes comenzar una cuenta nueva. Si muy luego, si casi instantáneamente tu cuenta nueva vuelve a estar en rojo, no es porque el mar deje de inaugurarse y pase sino porque tú no aguantas vivir a tiempo. Se te va la mirada tras una golondrina, una nube, un bote, tras cualquier cosa que pase en el mar o por el mar y que interrumpa su inauguración. Parado en la orilla, ya estás nuevamente a la zaga. Pero ¡ojo! No estás igual que antes. El mar que te dejó atrás cuando te distrajo una golondrina no convierte en mera huella de su paso el mar que todavía se estrena ante ti y que te quiere presente. Algo del principio del mar es irreductible al tiempo; algo del principio del mar no puede ser violado por ninguna estela.

A ese mar al que siempre se llega a tiempo los griegos le dieron un nombre misterioso: thalassa. Fue el grito de la Anabasis. Al otro mar, al que ocurre, le dieron varios nombres claros: als (la sal, la orilla); limne (el brazo de mar); pelagos (el mar abierto): pontos (la alta mar); laitma (el abismo). Un día, en estas mismas páginas, escribiré el nombre misterioso con que los pescadores de Chile llaman al mar al que el hombre no llega tarde. Los pescadores se sonrojarán; la gente culta sonreirá; los lingüistas encogerán los hombros, pero algún poeta diligente irá a repetirlo en voz alta a la costa y quedará, como yo, suspenso. La mal.

 

 

Ignacio Balcells

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