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EL ESPACIO Y EL ARTE



Precisiones hermenéuticas y filológicas

Cuando en el lenguaje cotidiano utilizamos en español la palabra espacio, nos podemos estar refiriendo lo mismo a la inmensidad ignota del cosmos o a un fragmento de ella acotado y preciso, como una habitación, el reducido habitáculo de un automóvil o incluso el pequeño volumen encerrado en el cajón de un armario. En este sentido, el espacio se presenta como un concepto muy generalista, por lo que muchas veces hemos de recurrir a otras palabras que hacen referencia a alguna cualidad más concreta de él.

A pesar de la generalidad que encierra en español el término espacio, una palabra alemana como raum, cuya traducción a nuestro idioma (tanto directa como inversa) es inequívocamente el término “espacio”, designa un ámbito cerrado que se encuentra limitado visualmente. En alemán, el término raum tiene el sentido de fragmento de la totalidad de los espacios. Se refiere al espacio que puede llegar a ser “lugar”, a un espacio cuyos límites visuales son fronteras que acotan unas distancias. En este sentido, señala Félix Duque: “hay que apresurarse a decir que la voz alemana (raum) está más cerca del lat. situs que de spatium”. En cierto sentido, la palabra alemana raum tiene la misma raíz y contenido semántico que la palabra sajona room, que tras el significado familiar de “alojamiento” de cuarto o aposento, posee por extensión los significados de lugar, paraje y espacio, pero con la particularidad de expresar siempre la idea de cabida.

Para poder comprender el sentido existencial del espacio, aquel que es pertinente a la hora de hablar de arquitectura y escultura, será necesario recurrir a la autoridad de Martin Heidegger, filósofo que ha analizado este concepto recurriendo a la etimología alemana del término. En el año 1964, con motivo de una exposición del escultor Bernhard Heiligen en la galería Im Erker de la ciudad suiza de Saint Gallen, Martin Heidegger pronunció una conferencia titulada Bemerkungen zur Kunst – Plastik – Raum. En este escrito, el filósofo se pregunta por el arte, pregunta que ya se había formulado hermenéuticamente en su celebrado ensayo Der Ursprung des Kunstwerkes (1935-1936), pero en las Bemerkungen lo hace desde la noción de espacio, lo que le sirve no tanto para aclarar qué es el arte o, más concretamente, qué es la escultura, tema sobre el que se le ha pedido que diserte, como para pensar sobre el espacio desde un punto de vista existencialista y fenomenológico.

Así, en este texto, Heidegger se hace varias veces la pregunta hermenéutica ¿qué es el espacio?, pero cuando se pregunta por el espacio no lo hace en el sentido de Newton o de Kant, en cuanto ente abstracto, sino que esta pregunta la formula, tal como nosotros necesitamos, desde el punto de vista del arte. En este sentido, para Heidegger el espacio en cuanto forma subjetiva de intuición, es algo que “viene referido al cuerpo físico”. Pero el cuerpo humano, ese cuerpo carnal que es capaz de construir pensando el espacio, no es un mero objeto, ya que en su carnalidad no ocupa simplemente un lugar en el espacio, sino que está en relación con los otros objetos y espacios, es un “ser-en-el-mundo”. De manera que el hombre es un ser que está “comprometido” con el espacio.

Aquella conferencia “de circunstancias”, que podría parecer banal frente al corpus teórico de Heidegger, sin embargo, ha despertado el interés de Félix Duque “por lo que nos dicen las palabras empleadas”. Duque, analista de este texto heideggeriano, se encuentra en él con la frase “Der Raum räumt”, que interpreta en castellano como: "El espacio espacia". Toda vez que se trata de una manifiesta tautología, el propio Heidegger aclara a continuación: "Espaciar significa rozar, hacer sitio libre, dejar espacio libre, algo abierto."
Sobre esta aclaración Félix Duque comenta:

“El término castellano “roza”…” (de donde el topónimo: Las Rozas) y el correspondiente alemán das Roden (presente p. e. en Romrod, un pueblo construido gracias a la roza hecha por los romanos) tienen la misma raíz indoeuropea y el mismo significado: “hacer habitable un lugar talando árboles y drenando ciénagas”. En alemán, el término está íntimamente emparentado con mhd. Rieten: “extirpar de raíz, aniquilar”, una violenta actividad literalmente contra natura que Heidegger deja pasar tranquilamente en silencio. A mayor abundamiento, el verbo castellano “rozar” viene del latín vulgar ruptiare (“romper”, “desgajar”: abrirse paso abruptamente)”.

Por lo tanto, Heidegger relaciona el concepto de espacio con la roza que se abre y con el hacer un hueco en el que se coloca algo, pero, también, como señala Félix Duque, con el "rozarse", con el trato familiar entre dos o más personas, y concluye Félix Duque, parafraseando a Heidegger: "El hombre existe en el espacio al dar lugar al espacio, y en cuanto que "ya de siempre ha dado lugar (eingeräumt) al espacio"". Relacionando así hombre y espacio, la acción del hombre (artificio) con el espacio.

Pasando del mundo abstracto de las ideas al mundo concreto de lo hecho por el hombre, que, al fin, es quien interpreta esa capacidad de contener según sus posibilidades intelectivas y según sus escalas aprehensivas, es decir, hasta donde puede ver y hasta donde puede abarcar, el espacio no es sólo una entidad que se abre con el roce, sino algo que se construye o, mejor, que es construido por el hombre. Tal como explica al respecto Miguel Aguiló: “...de ahí se deriva que esa construcción sólo se puede comprender en clave histórica, estudiando las razones de su ubicación y las acciones así desarrolladas”. Esta proposición conduce a analizar el espacio en relación con las construcciones que contiene y con otros espacios construidos, para lo cual hay que ir más allá de la mera comparación de formas y escalas con el fin de poder comprender la oportunidad y necesidad históricas de cada espacio.

Pero no se acaban aquí las interpretaciones, ya que desde otro punto de vista (aunque siempre partiendo de la relación hombre-espacio), si intentamos una aproximación al espacio desde sus cualidades intrínsecas, como lugar acotado, podríamos comenzar por partir de la idea de “límite” que, desde el punto de vista espacial, se presenta como el término, confín o lindero de reinos, provincias o posesiones. Sin embargo, el concepto de límite pertenece con toda propiedad al mundo de la filosofía y de la matemática. Dentro de las concepciones filosóficas de límite hay dos que merecen ser enunciadas, el límite como idea de “término” que conduce hacia un “acotamiento conceptual” y deriva en concepto ontológico, tal como lo ha tratado Eugenio Trías, y la noción de límite como acotación física de los cuerpos. Efectivamente, son los límites de un cuerpo los que determinan su forma y los que configuran el espacio que ocupa. El límite, en cuanto acotación, supone el fin de un cuerpo y la contigüidad de otro que le sucede, que comienza donde el anterior termina, surgiendo así las ideas de continuidad y contigüidad. Además, las relaciones de continuidad y contigüidad establecidas entre los cuerpos dan origen a la idea de lugar.

Otra palabra que tiene relación con las ideas que estoy presentando es el término “entorno”, definido como territorio o conjunto de parajes que rodean un lugar o una población. La idea de entorno viene complementada por la idea de contorno (que en muchos casos es sinónimo), es decir, que todo entorno posee unas líneas virtuales o reales, visibles o físicas, que determinan su límite, su contorno.

Por su parte, “ámbito” es un término que aparece también como sinónimo de entorno. Ámbito es el “contorno o perímetro de un espacio o lugar” o, mejor dicho, el espacio comprendido dentro de unos límites determinados. El perímetro define la forma límite del ámbito, establece sus fronteras, de tal manera que todo lo que queda dentro del límite, del ámbito, pertenece al lugar. El término ámbito establece, por lo tanto, una relación de pertenencia.

"Sitio” es el espacio ocupado por algo. En esta definición, tomada del Diccionario de la RAE, se aprecia también una relación de pertenencia: el sitio es el espacio de algo o alguien. En este sentido los espacios ocupados por construcciones son sitios. La ocupación de un espacio por un edificio, monumento o cualquier otra señal, diferencia ese espacio no sólo del espacio genérico e indefinido, sino del conjunto de los lugares.

El espacio con el que se opera en física o en matemáticas es genérico, neutro e impersonal, es, por decirlo con una sola palabra, abstracto; puede estar dotado de direccionalidad o incluso ser un campo que posee orientación vectorial, pero en su frialdad abstracta e idealizada no llega nunca a ser lo que podríamos llamar un “espacio significante”.

El espacio que describe la geografía posee direcciones, está condicionado por unos puntos cardinales que lo dotan de orientación y sentido y, además, en él se distinguen accidentes topográficos, formaciones geológicas, ocupaciones bióticas y aglomeraciones urbanas. Todos estos elementos que aparecen en el espacio geográfico poseen formas y funciones características y son singulares, por eso reciben, cada uno de ellos, un nombre particular, un topónimo.

El espacio de la cultura, el definido por el arte y la arquitectura, está también señalado con nombres propios, pero esos nombres, además de referirse a unas formas características, se cargan con significados emotivos. A través de esta emotividad, de la significación cultural, de la historia colectiva y de la memoria personal, el espacio geográfico se hace paisaje, pueblo o paraje, se convierte en lugar.

La idea de lugar ha sido motivo de reflexión filosófica por parte de Aristóteles en el libro IV de Física, donde se plantea investigar sobre los conceptos de lugar, vacío y tiempo. Para el filósofo griego, el lugar es entendido como un espacio contenedor en el cual se ubican o desplazan los cuerpos. No es ni forma ni materia, ni tampoco es parte de la cosa, sino que el lugar “es el límite del cuerpo continente”.

Pero dejaremos al margen estas interesantes teorías para intentar definir una idea de lugar desde la percepción estética actual. Cuando un espacio se ha diferenciado hasta el extremo de ser reconocido inequívocamente por sus cualidades físicas y por su nombre propio, es porque se ha producido una proyección sentimental por parte del ocupante o el espectador que lo reconoce y lo nombra para distinguirlo de otros; entonces, ese espacio toma, con propiedad, el calificativo de lugar. El lugar es, por tanto, un tipo concreto de espacio, aquel que posee unas condiciones físicas determinadas y una forma emotiva y simbólica que se hacen reconocibles, lo que le permite poseer un nombre propio. Podríamos pues, decir que el lugar es un espacio culturalmente afectivo.

En realidad, todos los lugares son culturales. Se puede pensar, tal vez, que ciertos espacios alejados de la contemplación y la codicia especulativa humanas, como una inaccesible formación rocosa en lo alto de una montaña, un acantilado en una isla perdida y deshabitada o una extensa llanura desértica sin referencias topográficas particulares son simples entornos que por no haber sido alterados por los artificios humanos pertenecen al ámbito de los inventarios geográficos; sin embargo, con el solo hecho de haber sido contemplados una vez, de haber sido descritos y nombrados, de haber tomado posesión de ellos a través de su observación visual y su bautizo toponímico, esos espacios se han cargado de significado y han pasado de ser meros fenómenos físicos a convertirse en lugares.

Se establece siempre una relación de pertenencia entre sujeto y lugar. El lugar no es el espacio que nos pertenece, sino aquél al que nosotros pertenecemos. Así, el lugar imprime carácter al sujeto: sus condicionantes, sus tropismos, marcan a quien es poseído por un lugar. El carácter de las personas que habitan un lugar viene inducido por las condiciones físicas, geográficas, climáticas, topológicas y emocionales del mismo. De igual manera, cada lugar reclama a los sujetos que le pertenecen unas acciones concretas y específicas sobre él, unas actuaciones que mantengan su carácter, para seguir siendo lugar.





Javier Maderuelo

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