EL PAISAJE SOCIAL
Ya no vemos el paisaje, escribe,
como separado de nuestra vida cotidiana, y, en realidad, ahora creemos que
formar parte de un paisaje, tomar de él nuestra propia identidad, es una
condición determinante de nuestro estar en el mundo.
No sólo es en función de su
apariencia o de su conformidad con este o aquel ideal estético como debemos
contemplar los paisajes, sino también según su manera de satisfacer ciertas
necesidades ´existenciales´ del ser humano (necesidades existenciales que sobretodo
son, por otra parte, necesidades afectivas y sociales).
El paisaje también es una manera
de ver y de imaginar el mundo. Pero ante todo es una realidad objetiva,
material, producida por los hombres. Todo paisaje es cultural, no primero
porque es visto por una cultura, sino primero porque ha sido producido en el
seno de un conjunto de prácticas (económicas, políticas, sociales), y según
unos valores que en cierto modo simboliza.
El objeto primero que debe
preocupar a quien estudia los paisajes es la manera como la comunidad ha
organizado el espacio. Leer el paisaje es extraer unos modos de organización
del espacio. Estudiar la organización del espacio significa, por ejemplo,
responder a las siguientes preguntas: ¿cómo traza la comunidad una frontera,
reparte la tierra entre las familias, construye caminos y un lugar para las
reuniones públicas, y reserva tierra para el uso comunal? Más generalmente, hay
que interesarse por las formas espaciales y por su diversidad, por los
elementos estructurantes y por los dinámicos, por las discontinuidades del
espacio y por las circulaciones, pues todos estos rasgos permiten caracterizar
un paisaje.
La organización espacial del
paisaje traduce, además, una forma de organización de la sociedad, así como las
representaciones y los valores culturales que actúan en esa sociedad. Todo
paisaje, de una manera que le es propia, está relacionado con un proyecto
social, incluso aunque este proyecto no sea ´consciente´, incluso aunque sea la
traducción inconsciente de la organización de la vida social. En consecuencia,
aquel que pretenda estudiar los paisajes tendrá como primera y esencial tarea
la de leer e interpretar las formas y las dinámicas paisajeras para aprender de
ellas algo sobre el proyecto de la sociedad que ha producido estos paisajes.
El paisaje puede verse como un
mapa viviente, una composición de líneas y de espacios no muy diferente del que
producen el arquitecto o el planificador, aunque sea a una escala más vasta.
El aspecto morfológico del
paisaje es en realidad la expresión de una relación más profunda entre el
hombre y la superficie de la tierra, una relación activa y práctica por medio
de la cual el hombre transforma su medio natural. La actividad humana se
inscribe en el suelo y lo transforma. El paisaje no es sólo un conjunto de
espacios organizados colectivamente por los hombres. Es también una sucesión de
rastros, de huellas que se superponen en el suelo.
La actividad humana se traduce en
obras visibles y tangibles, en caminos y en canales, en casas y en ciudades, en
desmontes y en cultivos. Hay en el suelo una huella continua del hombre. El
objetivo de quien estudia los paisajes será, en este sentido, ante todo el
análisis y la decodificación de la obra paisajística del hombre.
Entre todas las razones que se
pueden tener para preservar un fragmento del paisaje, la razón estética es sin
duda la más pobre. Se deben encontrar nuevos criterios para evaluar los
paisajes existentes o proyectados. Para esto, hay que abandonar el punto de
vista del espectador y plantear la cuestión de qué interés tendría el ser
humano en vivir en estos paisajes. Las cuestiones que deben plantearse no son
en primer lugar estéticas sino más bien estas otras: ¿qué posibilidades ofrece
el paisaje para vivir, para la libertad, para establecer relaciones sensatas
con los demás hombres y con el propio paisaje? ¿Qué aporta el paisaje a la
realización personal y al cambio social? La respuesta a estas cuestiones es
inapelable: nunca debe remendarse el paisaje sin pensar en los que viven en él.
A fin de cuentas, si tiene algún sentido el paisaje y, sobre todo, si puede
tenerlo el proyecto de paisaje, es porque lo que está en juego es hacer el
mundo habitable para el hombre. El eje central de la reflexión es que el
paisaje es la expresión de un esfuerzo humano, siempre frágil e inacabado, para
habitar el mundo.
Joan Nogué
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