jueves

LAS ESCALERAS


Neruda escribe a las escaleras de Valparaíso: Escaleras ¡Ninguna ciudad las derramó, las  deshojó, en su historia, en su rostro, las aventó y las reunió como Valparaíso! Ningún rostro  de ciudad tuvo esos surcos por donde van y vienen las vidas, como si siempre fueran subiendo al cielo, como si siempre fueran bajando a la creación. Escaleras que a medio  camino dieron nacimiento a un cardo de flores purpúreas. Escaleras que subió el marinero  que volvía del Asia y que encontró en su casa  una nueva sonrisa o una ausencia terrible. ¡Escaleras por las que bajó como un meteoro negro un borracho que caía! Si caminamos todas  las escaleras de Valparaíso, habremos dado la vuelta al mundo (Vial, Sara, 1983:15).

A Valparaíso no se le entiende sin sus escaleras. Ellas aparecen sin un orden preciso; y  aún más, sus arranques y llegadas parecieran no tener un propósito preciso; subir es  su permanente anhelo. Pueden aparecer al  comienzo de los cerros o en cualquier momento de su ascenso. Las escaleras se van tejiendo azarosamente entre estrechos espacios liberados entre las construcciones.

A veces, con un solo desarrollo pretenden  alcanzar la punta del cerro, generando una  perspectiva infinita. En otras ocasiones, son  tramos interrumpidos por terrazas o descansos que interconectan distintos caminos, distintas direcciones, siempre generando espacios azarosos, accidentales, acompañados de  penumbra y misterio, incitando a la aventura.
En estos tramos, las escaleras cobran su real  dimensión y significado.
Las escaleras de Valparaíso son sólidas,  firmes, costosas. A veces una enorme escalera conduce solamente a un acceso. A veces  las escaleras se duplican a un mismo destino. Las  escaleras pueden ser compartidas por todo  un cerro o, por el contrario, construidas para  un solo fin. En múltiples ocasiones, las escaleras parecen haber resultado mil veces más  caras que la casa que tienen como destino.

En Valparaíso uno se pregunta: ¿las escaleras  de quién son?
Valparaíso tiene fama por sus interminables escaleras; a ellas, diferentes poetas han  cantado. Varían todas en altura, dimensión,  regularidad y hechura. Más que desde sus  construcciones, Valparaíso se entiende desde sus escaleras. En ellas, todo sucede; el  habitante va rumiando su vida cada día que  emprende el descenso. La dificultad de estar  subiendo cada tarde se asemeja a la dificultad que el habitante porteño tiene para acceder a un mejor sustento. Cuando se recorren la ciudad y sus cerros, las sorpresas van de la mano. Frente  al contraste de un paisaje exento de límites como el mar, el paisaje inmediato de los  cerros es el suelo ante nuestros pies, para  ascender después, levantar la vista y sorprendernos frente a lo que encontramos  ante nuestros ojos, siempre como un acontecimiento inesperado y de perspectivas  múltiples y cambiantes. A veces también es  el detalle de una puerta bien cuidada que  guarda los misterios de una casa en abandono, junto a una ventana ocupada por  un gato flojo aprovechando el tibio sol del  mediodía, a veces una calle estrecha que  no evidencia su salida, a veces una escalera infinita o recorridos que nunca se sabe a  dónde llegan, o las múltiples e inesperadas  perspectivas que se fugan a distintos puntos  enmarcando espacialidades diversas.

Valparaíso es un patrimonio de dolor y de alegría. Alegría expresada en el espíritu de su gente que nunca se ha doblegado ante la dificultad y complejidad de su territorio y sus particulares emplazamientos. Alegría que expresa la fuerza del espíritu humano dispuesto a habitar y hacer suyo el territorio, de descubrir y apropiarse del paisaje haciendo de él un territorio valioso para la vida. Alegría también de quienes han enfrentado a lo largo de los años innumerables dificultades que no han vencido el empeño y el deseo de ser ahí, en su territorio. Alegría y satisfacción de quienes no han abandonado esta empresa nada fácil y que son capaces de reconocerse en la autenticidad de una tradición que han creado en intenso diálogo con el lugar.


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