PAISAJES HÍBRIDOS
La estructura y morfología de la
mayoría de los paisajes que nos rodean ha cambiado radicalmente a lo largo del último medio
siglo. No hay más que fijarse en las fotografías aéreas de la década de 1950
para darse cuenta de ello, en un apasionante vuelo hacia el pasado reciente,
impreso en un territorio que apenas reconocemos. Al observarlas con atención, a
uno le asaltan las dudas sobre si realmente estamos ante el mismo paisaje que hoy
contemplamos, impresión que hace unos años llevó al geógrafo David Lowenthal a escribir
el sugerente libro The Past is a Foreign Country (1985).
Los fotogramas de aquellos años nos muestran un
territorio con usos del suelo perfectamente diferenciados, de límites
precisos, delimitables a simple vista. Se percibe con claridad dónde
acababa la ciudad y dónde empezaba el campo. Los núcleos urbanos aparecen
compactos y la zonificación rural es de una claridad aplastante, sin dar pie a
ningún equívoco; ésta consistía, partiendo de forma casi concéntrica de las casas
de campo y de los núcleos habitados, en una huerta de consumo directo, un segundo
cinturón algo más amplio dedicado a cultivos extensivos (cereales, forrajes,
vid, olivo), a continuación una zona de pastos y matorrales y, finalmente, el
bosque, casi siempre confinado en los terrenos más accidentados y elevados. En
pocas palabras, los límites eran claros.
En la actualidad, la estructura y
morfología del paisaje se caracteriza por una alta fragmentación y límites
imprecisos. El mapa de usos del suelo típico del paisaje tradicional se ha
transformado radicalmente y ha derivado hacia una gran dispersión de usos y de
cubiertas del suelo. La antigua delimitación zonal se ha desdibujado y ha
perdido legibilidad, se ha fracturado su compacidad y ha acabado por imponerse
un paisaje mucho más complejo y, hasta cierto punto, discordante. Los bordes,
las fronteras entre distintas unidades de paisaje que otrora podían
cartografiarse con precisión casi milimétrica, se han difuminado y ensanchado
de tal manera que hoy ocupan centenares de hectáreas, generando unos paisajes
híbridos, mestizos, de transición, sin solución de continuidad entre los
paisajes más propiamente urbanos y los más propiamente rurales. En la
literatura geopolítica el idioma inglés ha conservado una cuidada distinción
entre la línea fronteriza -la frontera propiamente dicha- o boundary y la zona fronteriza o frontier, referida ésta a una amplia
franja a ambos lados del estricto límite fronterizo. Pues bien, sirviéndonos
del símil y volviendo a nuestro argumento, hemos pasado, en términos de
delimitación territorial y paisajística, de la boundary a la frontier.
Todo ello es debido a la
emergencia de nuevos espacios urbanos como resultado de intensas dinámicas de
metropolización y urbanización difusa y dispersa por el conjunto del
territorio, provocadas, a su vez, por factores tales como, entre otros, la
explosión del terciario, la revolución tecnológica, el precio del suelo, el boom inmobiliario e incluso una cierta
crisis del espacio público y de algunos elementos propios de la ciudad
tradicional. Asistimos, en efecto, a una excepcional explosión urbana que ha
dispersado en un extenso territorio asentamientos de población, actividades
económicas y servicio de todo tipo que precisan, además, de las correspondientes
vías de comunicación que los enlacen.
Los paisajes híbridos
contemporáneos son el resultado más palpable e impactante del espectacular urban sprawl desatado en los últimos
decenios. Alguien se ha atrevido incluso a darles un nombre propio, el sprawlscape (el paisaje de la
dispersión), un paisaje que trasluce una nueva estética y una nueva concepción
del espacio y del tiempo. Son paisajes fracturados, que ocupan amplias
extensiones de territorio en forma de manchas de aceite, una especie de "archipiélago
fractal", en palabras de Francesco Careri; paisajes hacia los que se
dirige el propio Careri en su Walkscapes
(2002) mientras reivindica el andar como práctica estética. Nuevos paisajes en
los que prima la estandarización, la homogeneización, la repetición, la
discontinuidad, la clonación, la artificialización, la tematización y, a
menudo, la banalización.
No es fácil "leer"
estos nuevos paisajes, al menos con la facilidad con la que aprendimos a leer y
a interpretar, desde la semiología urbana, el paisaje urbano compacto. En su ya
clásico tratado sobre la imagen de la ciudad (1960), Kevin Lynch señalaba
aquellas categorías conceptuales fundamentales para interpretar el paisaje
urbano convencional. Robert Venturi y Edward Relph se atrevieron con los
primeros paisajes urbanos posmodernos. ¿Pero qué categorías, qué claves
interpretativas permiten leer hoy el paisaje de la dispersión, el sprawlscape? Son paisajes de mucha más
difícil legibilidad ante los que el ciudadano normal experimenta una cierta
sensación de desconcierto, incluso de desasosiego, porque tiene ante sí 8una
estructura territorial y paisajística que no reconoce y cuya lógica discursiva
no llega a comprender, lo que es perfectamente normal porque se trata, en su
inmensa mayoría, de territorios sin discurso y de paisajes sin imaginario.
Los nuevos paisajes híbridos nos
plantean enormes retos urbanísticos, territoriales, ambientales y sociales,
pero también conceptuales e intelectuales. ¿Se está perdiendo en ellos el
sentido del lugar? ¿Ha huido de estos paisajes el supuesto genius loci correspondiente?
¿Es posible -y conveniente- seguir asociando la idea de lugar y de paisaje a
una comunidad y a una cultura territorial determinadas? ¿Podemos seguir
concibiendo el lugar, ontológicamente, como una categoría geográfica
"pura", basada en su supuesta homogeneidad y coherencia internas?
¿Cómo se articula hoy, en estos paisajes híbridos y mestizos, la milenaria
asociación identidad-lugar-paisaje?
Mi impresión es que, hasta el
presente, "han fracasado las respuestas, pero las preguntas
persisten", como diría Octavio Paz. Deberíamos explorar mucho más a fondo
cómo las interconexiones entre los fenómenos globales y las particularidades
locales alteran las relaciones entre identidad, significado y lugar; cómo los
seres humanos crean lugares en el espacio y los imbuyen de significado; cómo
las sociedades contemporáneas (re)descubren y (re)inventan lugares y
paisajes".
Joan Nogué
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