MARCAS
Son la esencia
corpórea de las señales. Son el resultado de una acción, de un gesto, o de la
combinación de varias acciones o gestos durante un proceso.
Están determinadas
por la complejidad que rodea a la naturaleza del soporte, las características
del agente de la acción y las particularidades del gesto. Se encuentran
asociadas al movimiento en sus aspectos más variados, a diferentes escalas y
velocidades: desde la marca que deja un cuerpo que se mueve sobre la arena,
hasta las marcas que produce el crecimiento de un árbol, cuyos movimientos son
imperceptibles y, sin embargo, deforman, mueven y rompen materiales de gran
dureza al interaccionar con ellos.
La naturaleza de
estas marcas es diferente a la de los elementos que intervienen en la interacción
que las ha generado; la marca de un cuerpo sobre la arena, por ejemplo, no está
hecha ni de cuerpo, ni de arena. Las marcas están asociadas a la repetición del
movimiento, al ritmo y a la persistencia de esa repetición.
El hombre es
transformador por naturaleza, cualidad que constituye la consecuencia y única
compensación de su debilidad e inadaptación física para resolver pequeños
problemas prácticos como defenderse, matar y devorar una presa (e incluso,
antes de ello, atraparla), reproducirse velozmente o alcanzar con rapidez un
estado de independencia física de los progenitores. Evita la repugnante vía de
supervivencia que le queda (vivir escondido y comer insectos) alterando el
mundo que le rodea: analizándolo, simplificándolo, valorando los elementos que
consigue aislar y proponiendo una organización alternativa para el mundo.
En los ratos
libres, incluso reúne energía suficiente para estudiar y reflexionar sobre la
organización inicialmente encontrada hasta llegar a la conclusión, aunque sea
demasiado tarde, de que su alternativa es la peor.
Sus características
específicas se han apoderado ya de la vocación de transformación y la necesidad
de reformular el mundo se encuentra unida ya a su cuerpo como las garras a un
león o las escamas a un pez.
Las marcas de
nuestra supervivencia, los rastros dejados por nuestros gestos en el esfuerzo
repetido de mantenernos vivos, de alimentar a nuestros hijos, se superponen en
la tierra día tras día, año tras año, generación tras generación. El paisaje
antrópico está hecho de marcas superpuestas que se anulan, refuerzan y
contradicen, en una sucesión interminable de obstáculos a nuestra supervivencia
y de respuestas para evitarlos con urgencia.
Cada momento tiene
sus problemas urgentes y el mundo se rediseña para resolverlos. Con frecuencia,
los problemas urgentes de una generación no tienen ningún sentido para otra; a
menudo porque se consigue resolverlos y también, frecuentemente, porque no eran
problemas. Otras veces los problemas se mantienen y las soluciones aparentes o
las aproximaciones e intentos de resolución dejan marcas que, rápidamente, se
convierten en un problema para las generaciones siguientes.
Nuestros sistemas
de reorganización del orden que encontramos en lo que nos rodea, los gestos que
los sustentan o generan, dejan marcas claras que constituyen, en conjunto,
códigos de contenido elocuente. Las señales tienen una vida, una duración y una
fecha de caducidad. Pasada esa vida, se convierten en señales de algo que fue y
no de algo que es y, por ello, en otras señales con la misma marca.
El significado de
las señales, si conocemos la clave para descifrarlo, es la historia de la
acción que lo ha generado (la narrativa urgente que motivó la acción) y de todo
el proceso físico y social que conducía hacia la señal. Su sentido se
corresponde tanto a los parámetros particulares del territorio al que está
asociado de forma particular, como a las características del gesto que lo
generó (geometría, métrica, ritmo, intensidad) y nos narra con claridad los
problemas de supervivencia a los que se pretendía responder con ese gesto.
Cuando nos
encontramos en presencia de señales cuyo sentido se nos escapa, nos queda la
marca que, sola, espera ante el tiempo.
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