lunes

ANATEMA

La familia entera sufría.
Mi mujer, yo mismo, los dos niños, y la perra
cuyos cachorros nacieron muertos.
Nuestros asuntos, como siempre, iban mal.
A mi mujer la dejó su amante,
el profesor de música manco que era
su único contacto con el mundo exterior.
Mi propia novia dijo que no podía aguantar
más, y volvió con su marido.
El agua estaba cortada.
Todo aquel verano la casa se cocía.
Los ciruelos se habían secado.
Nuestro arriate de flores estaba pisoteado.
Al coche se le estropearon los frenos, y la batería
fallaba. Los vecinos dejaron de hablarnos
y nos cerraron la puerta en las narices.
Los de las tiendas nos devolvían los cheques
y luego dejaron de traernos el correo.
Sólo el sheriff pasaba
de vez en cuando- con uno u otro
de nuestros hijos en el asiento de atrás,
rogando que no los dejásemos solos.
Y luego a la casa entraron ratones a miles.
Seguidos por una serpiente cornuda. Mi mujer
se la encontró tomando el sol en el cuarto de estar
junto al televisor estropeado. Lo que hizo con ella
es otra cuestión. Le cortó la cabeza
allí mismo en el suelo.
Y luego la cortó en dos cuando siguió
retorciéndose. Vimos que no podríamos resistir
más. Estábamos hundidos.
Queríamos ponernos de rodillas
y decir perdónanos nuestros pecados, perdónanos
la vida. Pero era demasiado tarde.
Demasiado tarde. Nadie querría escuchar.
Tuvimos que ver cómo se venía abajo la casa,
el suelo se abría en dos, y luego
nos dispersamos en las cuatro direcciones.




Raymond Carver

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