viernes

 

EL SUEÑO

 

De noche, la esencia de la noche no nos deja dormir. En ella no se encuentra refugio en el dormir. Si no dormimos, al final el agotamiento nos infecta; esta infección impide dormir, se traduce por el insomnio, por la imposibilidad de hacer del dormir una zona franca, una decisión clara y verdadera. En la noche no se puede dormir.

No se va del día a la noche: quien sigue este camino sólo encuentra el dormir, que si termina al día es sólo para hacer posible el día siguiente, concesión que confirma el impulso vital que es ciertamente una falta, un silencio, pero lleno de intenciones, y mediante el cual deberes, objetivos y trabajo hablan por nosotros. En este sentido, soñar está más cerca de la región nocturna. Si el día sobrevive en la noche, supera su término, se convierte en lo que no puede interrumpirse, ya no es más el día, es lo ininterrumpido y lo incesante, es, con acontecimientos que parecen pertenecer al tiempo y personajes que parecen pertenecer al mundo, la cercanía de la ausencia de tiempo, la amenaza del afuera donde falta el mundo.

El sueño es el despertar de lo interminable, es al menos una alusión y un peligroso llamado, por la persistencia de lo que no puede terminar, a la neutralidad de lo que se agolpa detrás del comienzo. De allí que el sueño parezca hacer surgir, dentro de cada uno, al ser de los primeros tiempos, y no sólo al niño, sino más allá, lo más lejano, lo mítico, el vacío y la vaguedad de lo anterior. Quien sueña duerme, pero el que sueña ya no es más el que duerme, no es otro, otra persona, es el presentimiento de lo otro, lo que ya no puede decir yo, lo que no se reconoce ni en sí ni en otros. Sin duda, la fuerza de la existencia vigilante y la fidelidad del dormir, y aún más, la interpretación que da un sentido a esta apariencia de sentido, defienden los marcos y las formas de una realidad personal: lo que se convierte en lo otro se reencarna en otra persona, y el doble todavía es alguien. El soñador cree saber que sueña y que duerme, precisamente en el momento en que se afirma la fisura entre los dos: sueña que sueña, y esta huida fuera del sueño que lo hace caer en el sueño que es caída eterna en el mismo sueño, esta repetición en la que se pierde cada vez más la verdad personal que quisiera salvarse, como el retorno de los mismos sueños, como el hostigamiento inefable de una realidad que siempre se escapa y a la que no se puede escapar, todo esto es un sueño de la noche, un sueño donde la forma del sueño se convierte en su único contenido. Tal vez podría decirse que el sueño es tanto más nocturno cuanto más gira alrededor de sí mismo, que se sueña, que tiene por contenido su posibilidad. Tal vez no hay sueño más que del sueño. Valéry dudaba de la existencia de los sueños. El sueño es la evidencia, la realización indudable de esta duda, es lo que no puede ser “verdaderamente”.

El sueño confina con la región donde reina la pura semejanza. Allí todo es semejante, cada figura es otra, es semejante a la otra, e incluso a otra, y ésta a otra. Se busca el modelo original, quisiéramos ser remitidos a un punto de partida, a una revelación inicial, pero no la hay: el sueño es lo semejante que remite eternamente a lo semejante.

 



Maurice Blanchot

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