CAZADOR DE LOBOS
Te quiero contar una historia
para aliviar la amenaza de ese lobo que surgió de tus montañas entre la nieve plácida y peligrosa de los riscos de tu mente. Yo venía de un cúmulo de odiosidades, y tenía una hija que extrañaba y un dolor del tamaño del océano donde navegaban todavía mis ilusiones. Había partido hacia Concón con lo puesto, mis libros y una vieja camioneta. Y ahora como quien indaga viejas fotos, veo tu rostro congelado en la mejor perspectiva, algo inclinada la cabeza y de medio perfil, encerrabas un misterio que sólo proviene de la mujer, o de su templo de la luna en noches de truenos. Y fui embaucado por la belleza: eras como las ráfagas de plata que cubren los campos del Sur cuando amanece y había que esperar el sol para que el paisaje de tus ojos despertara de esas nieves nocturnas. Amabas el mar, y creías que tu naturaleza le pertenecía y te gustaba fantasear, cuando la mala suerte era inminente, en ser su ofrenda. Yo sé, por los años experimentados en ese planeta que está detrás de tus tetas, que no estabas hecha de mar. No había marea en tu costa donde pudieran navegar los botes del exilio, no había cabida para esta nave que llegaba a tu patria con las banderas de la bohemia.
para aliviar la amenaza de ese lobo que surgió de tus montañas entre la nieve plácida y peligrosa de los riscos de tu mente. Yo venía de un cúmulo de odiosidades, y tenía una hija que extrañaba y un dolor del tamaño del océano donde navegaban todavía mis ilusiones. Había partido hacia Concón con lo puesto, mis libros y una vieja camioneta. Y ahora como quien indaga viejas fotos, veo tu rostro congelado en la mejor perspectiva, algo inclinada la cabeza y de medio perfil, encerrabas un misterio que sólo proviene de la mujer, o de su templo de la luna en noches de truenos. Y fui embaucado por la belleza: eras como las ráfagas de plata que cubren los campos del Sur cuando amanece y había que esperar el sol para que el paisaje de tus ojos despertara de esas nieves nocturnas. Amabas el mar, y creías que tu naturaleza le pertenecía y te gustaba fantasear, cuando la mala suerte era inminente, en ser su ofrenda. Yo sé, por los años experimentados en ese planeta que está detrás de tus tetas, que no estabas hecha de mar. No había marea en tu costa donde pudieran navegar los botes del exilio, no había cabida para esta nave que llegaba a tu patria con las banderas de la bohemia.
Hecha de
montaña, con nieves eternas y obstáculos pedregosos, sin que hubiera donde
sumergirse, se mimetizan en ti los yetis y el lobo blanco que me persigue.
Pero esa
no es la historia que deseaba contarte. Cada vez que te fuiste tuve que retomar
estos caminos cansados, y refugiarme como un desdichado, como un perseguido,
como un fracasado. Quedaron abiertas las puertas de la casa donde no
quieres vivir. Ni he movido los cerrojos de ninguna de las casas imaginarias
donde sí te hubiera gustado que viviéramos. Fuiste mi familia: a orillas de mi
tórax creció una flor que robaste. Iré a esas nieves con una escopeta de siete
milímetros y mataré al lobo. El blanco felpudo de tus montañas acogerá la
mancha de su sangre.
Sergio Madrid
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