Esta exposición fue presentada el 17 de mayo de 1961 en cinta magnetofónica ante el Grupo de Investigaciones sobre la vida cotidiana, reunido por Henri Lefebvre en el Centre d'études sociologiques del C.N.R.S.
El estudio de la vida cotidiana sería una
empresa completamente ridícula, y estaría sobre todo condenada a no entender su
objeto, si no se propusiera explícitamente transformarla.
La crítica de la vida cotidiana abarca también la conferencia, la
exposición de determinadas consideraciones intelectuales ante un auditorio,
como forma extremadamente banal de las relaciones humanas en un sector bastante
amplio de la sociedad.
Los sociólogos, por ejemplo, tienen excesiva tendencia a apartar
de la vida cotidiana y a arrojar a esferas separadas -que se dicen superiores-
todo lo que les sucede a cada instante. El hábito en todas sus formas,
empezando por el de manejar conceptos profesionales -producidos por la
división del trabajo- enmascara así la realidad tras condiciones privilegiadas.
Por consiguiente, es deseable hacer ver, mediante un ligero
desplazamiento de las fórmulas corrientes, que la vida cotidiana se halla aquí
mismo. Está claro que la difusión de estas palabras mediante un magnetófono no
pretende ilustrar precisamente la integración de las técnicas a esta vida
cotidiana que está al margen del mundo técnico, sino aprovechar la mínima
oportunidad para romper con la apariencia de pseudocolaboración, de diálogo
ficticio, que se han instituido entre el conferenciante "en persona"
y sus espectadores. Esta leve ruptura del confort puede servir para introducir
repentinamente en el marco del cuestionamiento de la vida cotidiana
(cuestionamiento que de otro modo sería completamente abstracto) esta misma
conferencia, como tantas otras disposiciones del empleo del tiempo y de las
cosas consideradas "normales" que ya no se perciben y que nos
condicionan finalmente. Tanto a propósito de los detalles como del propio
conjunto de la vida cotidiana, su modificación constituye siempre la condición
necesaria y suficiente para la aparición experimental del objeto de nuestro
estudio, que en su ausencia seguiría siendo dudoso, y al que no se trata tanto
de estudiar como de modificar.
Acabo de decir que la realidad de un conjunto observable que se
designaría con el término de "vida cotidiana" corre el riesgo de
seguir siendo hipotética para muchas personas. En efecto, desde que se
constituyó este grupo de investigación, el rasgo más sorprendente no es por
supuesto que todavía no haya descubierto nada, sino que se haya planteado desde
el primer momento la contestación de la existencia misma de la vida cotidiana,
y no haya dejado de insistir sobre ello de sesión en sesión. La mayoría de las
intervenciones que hasta ahora se han podido escuchar en esta discusión
procedían de personas que no estaban en absoluto convencidas de que la vida
cotidiana existiera, pues no la han visto en ninguna parte. Un grupo de
investigación sobre la vida cotidiana animado por este espíritu es comparable
en todos sus aspectos a un grupo que hubiese partido en busca del yeti, y cuya
investigación podría desembocar perfectamente en la conclusión de que en
realidad no se trataba más que de un bufo folklórico.
Sin embargo, todo el mundo está de acuerdo en que determinados
gestos repetidos cada día, como abrir las puertas o llenar los vasos, son
absolutamente reales; pero se encuentran en un plano de realidad tan trivial
que se cuestiona con razón su posible interés para justificar una nueva
especialización de la investigación sociológica. Y cierto número de sociólogos
parecen poco inclinados a imaginar otros aspectos de la vida cotidiana a partir
de la definición propuesta por Henri Lefebvre, es decir, "lo que queda
cuando se sustraen de lo vivido todas las actividades especializadas".
Aquí descubrimos que la mayoría de los sociólogos -¡y ya sabemos que se sienten
a sus anchas en sus actividades especializadas, justamente, y cómo les
consagran por costumbre una fe ciega!- la mayoría de los sociólogos, digo, ven
actividades especializadas en todas partes y la vida cotidiana en ninguna. La
vida cotidiana se encuentra siempre en otra parte. En los otros. Y en todo
caso, en las clases no sociologistas de la población. Alguien ha dicho aquí que
sería interesante estudiar a los obreros, como si fuesen cobayas probablemente
inoculadas con ese virus de la vida cotidiana, pues no teniendo acceso a las
actividades especializadas, sólo pueden vivir la vida cotidiana. No deja de
sorprender esta forma de mirar hacia el pueblo en busca de un lejano
primitivismo de lo cotidiano, y sobre todo esta complacencia declarada y sin
rodeos, este orgullo ingenuo por participar en una cultura cuya ruidosa
bancarrota nadie puede ocultar, ni su incapacidad radical de comprender el
mundo que la produce.
Existe una voluntad manifiesta de ampararse en una formación del
pensamiento basada en la parcelación artificial de campos a fin de rechazar el
concepto inútil, vulgar y molesto de "vida cotidiana". Semejante
concepto encubre un residuo de realidad catalogada y clasificada con el que a
algunos les repugna enfrentarse, pues constituye al mismo tiempo el punto de
vista de la totalidad e implicaría la necesidad de un juicio global, de una
política. Se diría que ciertos intelectuales se vanaglorian así de una ilusoria
participación personal en el sector dominante de la sociedad a través de su
posesión de una o más especializaciones culturales, lo que les coloca en el
primer plano para advertir que el conjunto de esta cultura dominante está
sensiblemente apolillado. Pero cualquiera que sea el juicio que se pronuncie
respecto a la coherencia de esta cultura o al interés de sus detalles, la alienación
que ella ha impuesto a los intelectuales en cuestión consiste en hacerles
creer, desde el cielo de los sociólogos, que se hallan completamente fuera de
la vida cotidiana de cualquier pueblo, o situados demasiado alto en la escala
de lo poderes humanos, como si ellos mismos no fueran sobre todo pobres.
No cabe duda de que las actividades especializadas tienen una
existencia; en una época dada adquieren incluso un uso general que debe
reconocerse siempre desmistificadamente. La vida cotidiana no lo es todo.
Aunque se dé una ósmosis con las actividades especializadas hasta el punto de
que, en cierto modo, nunca estamos fuera de la vida cotidiana. Pero si se
recurre a la sencilla imagen de una representación espacial de las actividades,
hay que situar la vida cotidiana en el centro de todo. Todo proyecto en parte y
toda realización toman su nueva significación de ella y la proyectan sobre
ella. La vida cotidiana es la medida de todas las cosas: del cumplimiento o más
bien del no-cumplimiento de las relaciones humanas, del empleo del tiempo
vivido, de la búsqueda del arte, de la política revolucionaria.
No basta con recordar que la especie de vieja estampa de Epinal
científica del observador desinteresado es falaz en todos los casos. Debe
subrayarse que la observación desinteresada todavía es menos factible aquí que
en cualquier otro lugar. Y la dificultad para reconocer siquiera un terreno de
la vida cotidiana no reside únicamente en que éste constituiría el punto de
encuentro de una sociología empírica y de una elaboración conceptual, sino en
que supondría también en ese mismo momento la consideración de toda renovación
revolucionaria de la cultura y de la política.
La vida cotidiana no criticada implica ahora la prolongación de
las formas actuales, profundamente degradadas, de la cultura y de la política,
formas cuya crisis extremadamente avanzada, sobre todo en los países modernos,
se traduce en una despolitización y en un neo-analfabetismo generalizados. La
crítica radical y en actos de la vida cotidiana dada puede conducir en revancha
a una superación de la cultura y de la política en el sentido tradicional, es
decir, a un plano superior de intervención en la vida.
Pero, se dirá, ¿cómo es que la importancia de esta vida cotidiana,
que según yo es la única real, es tan completa e inmediatamente despreciada por
personas que no tienen, después de todo, ningún interés en hacerlo, si muchas
de ellas están lejos de ser enemigas de cualquier renovación del movimiento
revolucionario?
Creo que ello se debe a que la vida cotidiana está organizada
dentro de los límites de una pobreza escandalosa. Y, sobre todo, a que esta
pobreza de la vida cotidiana no tiene nada de accidental: es una pobreza
impuesta a cada instante por la fuerza y la violencia de una sociedad dividida
en clases; una pobreza históricamente organizada de acuerdo con las necesidades
de la historia de la explotación.
El uso de la vida cotidiana, en el sentido de un consumo del
tiempo vivido, está dominado por el reinado de la escasez: escasez de tiempo
libre, y escasez de empleos posibles de este tiempo libre.
Así como la historia acelerada de nuestra época es la historia de
la acumulación, de la industrialización, así también el retraso de la vida
cotidiana, su tendencia al inmovilismo, son producto de las leyes e intereses
que han dirigido esa industrialización. La vida cotidiana presenta
efectivamente hasta nuestros días resistencia a lo histórico. Ello condena
en primer lugar a lo histórico, en tanto que herencia y proyecto de una
sociedad de la explotación.
La extremada pobreza de la organización consciente, de la
creatividad de las personas en la vida cotidiana, traduce la necesidad
fundamental de la inconsciencia y de la mistificación en una sociedad
explotadora, en una sociedad de la alienación.
En este punto, Henri Lefebvre ha aplicado por extensión el
concepto del desarrollo desigual para caracterizar la vida cotidiana,
desprendida pero no cortada de la historicidad, como un sector atrasado. Creo
que puede calificarse este nivel de la vida cotidiana mismo como sector
colonizado. Se ha visto, a escala económica mundial, que el subdesarrollo y la
colonización son dos factores que interactúan. Todo hace pensar que sucede lo
mismo en el plano de la formación económico-social, de la praxis.
La vida cotidiana, mistificada por todos los medios y controlada
policialmente, es una especie de reserva para los buenos salvajes que, sin
saberlo, hacen marchar la sociedad moderna al compás del rápido acrecentamiento
de sus poderes técnicos y de la expansión forzosa de su mercado. La historia
-es decir, la transformación de lo real- no puede utilizarse actualmente en la
vida cotidiana porque el hombre de la vida cotidiana es el producto de una
historia sobre la que no tiene control. Es evidentemente él mismo quien hace
esta historia, pero no libremente.
La sociedad moderna se compone de fragmentos especializados, poco
menos que intransmisibles, y la vida cotidiana, donde amenazan con plantearse
todas las cuestiones de una manera unitaria, es naturalmente por ello el
dominio de la ignorancia.
A través de su producción industrial, esta sociedad ha vaciado de
sentido los gestos del trabajo. Y ningún modelo de conducta humana ha mantenido
una verdadera actualidad en lo cotidiano.
Esta sociedad tiende atomizar a las personas como consumidores
aislados y a impedir toda comunicación. La vida cotidiana se hace así vida
privada, dominio de la separación y del espectáculo.
De este modo, la vida cotidiana se convierte también en la esfera
de la dimisión de los especialistas. Es ahí donde, por ejemplo, uno de los
pocos individuos capaces de comprender la más reciente imagen científica del
universo, se convierte en un estúpido y pondera ampliamente las teorías
artísticas de Alain Robbe-Grillet, o bien manda peticiones al presidente de la República con la
pretensión de desviar su política. Es la esfera del desarme, del reconocimiento
de la incapacidad de vivir.
No se puede por tanto caracterizar el subdesarrollo de la vida
cotidiana únicamente por su relativa incapacidad para integrar algunas
técnicas. Este rasgo es un resultado importante, pero todavía parcial, del
conjunto de la alienación cotidiana que podría definirse por su incapacidad
para inventar una técnica de liberación de lo cotidiano.
De hecho muchas técnicas modifican más o menos claramente algunos
aspectos de la vida cotidiana: las artes domésticas, como se ha dicho aquí,
pero también el teléfono, la televisión, la grabación musical en discos de
vinilo, los viajes aéreos popularizados, etc. Estos elementos intervienen
anárquicamente, al azar, sin que nadie haya previsto sus conexiones ni sus
consecuencias. Pero no cabe duda de que, en su conjunto, este movimiento de
introducción de ciertas técnicas en el interior de la vida cotidiana, enmarcado
en definitiva en la racionalidad del capitalismo moderno burocratizado, tiende
más bien a limitar la independencia y la creatividad de las personas. Así, las
nuevas ciudades de nuestros días perfilan claramente la tendencia totalitaria
de la organización de la vida por el capitalismo moderno: los individuos
aislados (aislados generalmente en el marco de la célula familiar) contemplan
cómo su vida se reduce a la pura trivialidad de lo repetitivo, combinada con la
absorción obligatoria de un espectáculo igualmente repetitivo.
Hay que pensar por tanto que la censura que las personas ejercen
sobre las cuestiones relativas a su propia vida cotidiana se explica por la
conciencia de su insostenible miseria, y al mismo tiempo por la sensación,
quizás no declarada, pero inevitablemente experimentada un día u otro, de que
todas las posibilidades verdaderas, todos los deseos impedidos por el
funcionamiento de la vida social, residían precisamente en ella, y de ningún
modo en actividades o distracciones especializadas. Es decir, que el
conocimiento de la riqueza profunda, de la energía abandonada en la vida
cotidiana, es inseparable del conocimiento de la miseria de la organización
dominante de esa vida: sólo la existencia perceptible de esa riqueza
inexplotada lleva a definir por contraste la vida cotidiana como miseria y como
prisión, y a negar por tanto el problema en el mismo movimiento.
En estas condiciones, enmascarar la cuestión política que plantea
la miseria de la vida cotidiana significa enmascarar la profundidad de las
reivindicaciones que supone la riqueza posible de esta vida; reivindicaciones
que no conducirían nada menos que a reinventar la revolución. Se admitirá que
eludir una política a este nivel no es de ningún modo contradictorio con el
hecho de militar en el Partido Socialista Unificado, por ejemplo, o de confiar
en lo que escribe L'Humanité.
Todo depende efectivamente del nivel en que se ose plantear el
siguiente problema: ¿cómo se vive? ¿cómo se satisface uno? ¿o no se satisface?
Y eso sin dejarse intimidar ni un solo instante por los diversos anuncios que
tratan de persuadirnos de que se puede ser feliz gracias a la existencia de
Dios, del dentrífico Colgate o del C.N.R.S.
Me parece que el término "crítica de la vida cotidiana"
también podría o debería entenderse en este sentido inverso: la crítica que la
vida cotidiana ejercería soberanamente sobre todo lo que es exterior a ella.
El problema del empleo de los medios técnicos, en la vida
cotidiana y donde sea, es un problema político (pues entre todos los medios técnicos
que pueden encontrarse sólo se han puesto en práctica aquellos que han sido
seleccionados en realidad conforme al objetivo de mantener el dominio de una
clase). Cuando se considera la hipótesis de un futuro, tal como se la admite en
la literatura de ciencia-ficción, donde las aventuras in-terestelares
coexistieran con una vida cotidiana mantenida en la misma indigencia material y
el mismo moralismo arcaico en la tierra, quiere decirse con ello exactamente
que seguiría existiendo una clase de dirigentes especializados manteniendo a su
servicio a las masas proletarias de las fábricas y oficinas; y que las
aventuras interestelares no serían más que la empresa elegida por esos
dirigentes, la mejor manera que habrían encontrado para desarrollar su economía
irracional, la cumbre de la actividad especializada.
La pregunta es: ¿de qué está privada la vida privada? Simplemente
de vida, cruelmente ausente. La gente está tan privada de comunicación y de
realización de sí misma como resulta posible. Habría que decir: de hacer
personalmente su propia historia. Las hipótesis que traten de responder
positivamente a esta cuestión de la naturaleza de la privación no podrán
enunciarse si no es en forma de proyectos de enriquecimiento, de otro estilo de
vida, de estilo en definitiva... O bien, si se considera que la vida cotidiana
se encuentra en los límites entre el sector dominado y el sector no dominado de
la vida, es decir en el lugar de lo aleatorio, habrá que llegar a sustituir el
presente ghetto por unos límites constantemente móviles; trabajar
permanentemente en la organización de posibilidades nuevas.
La cuestión de la intensidad de lo vivido se plantea hoy a
propósito por ejemplo del uso de estupefacientes en los términos en que la
sociedad de la alienación es capaz de plantear cualquier cuestión: quiero
decir, en los términos del falso reconocimiento de un proyecto falsificado, en
términos de fijación y de sujeción. Conviene también señalar hasta qué punto la
imagen del amor elaborada y difundida en esta sociedad se emparenta con la
droga. En ella, la pasión se reconoce en primer lugar como rechazo de todas las
demás pasiones y es después obstruida, hasta que finalmente ya no se
reencuentra más que en las compensaciones del espectáculo reinante. La Rochefaucauld
escribió: "Lo que a menudo nos impide abandonarnos a un solo vicio es que
tenemos varios". He aquí una constatación muy positiva si, desechando sus
presupuesto moralistas, la colocamos sobre sus pies, como base de un programa
de realización de las capacidades humanas.
Todos estos problemas están a la orden del día en una época
claramente dominada por la aparición del proyecto de abolir toda sociedad de
clases y comenzar la historia humana, cuyo portador es la clase obrera, y
dominada también, corolariamente, por la encarnizada resistencia a este
proyecto, por los desvíos y los fracasos que ha sufrido hasta nuestros días.
La crisis actual de la vida cotidiana se inscribe dentro de las
nuevas formas de la crisis del capitalismo, que siguen sin ser percibidas por
quienes se obstinan en calcular el clásico vencimiento de las próximas crisis
cíclicas de la economía.
La desaparición de todos los antiguos valores, de todas las
referencias de la antigua comunicación en el capitalismo desarrollado, y la
imposibilidad de reemplazarlos por otros, cualesquiera que sean, antes de haber
dominado racionalmente, tanto en la vida cotidiana como en cualquier otro
lugar, las nuevas fuerzas industriales que cada vez escapan más a nuestro
control; estos hechos producen no sólo la insatisfacción casi oficial de
nuestra época, particularmente aguda en la juventud, sino también el movimiento
de autonegación del arte. La actividad artística siempre ha sido la única que
ha rendido cuentas de los problemas clandestinos de la vida cotidiana, aunque
de una forma velada, deformada, parcialmente ilusoria. Se desarrolla ante
nuestros ojos el testimonio de la destrucción de toda expresión artística: el
arte moderno.
Si se examina en toda su extensión la crisis de la sociedad
contemporánea, creo que no es todavía posible considerar el ocio como una
negación de lo cotidiano. Se ha admitido aquí que había que "estudiar el
tiempo perdido". Pero veamos el movimiento reciente de esta noción de
tiempo perdido. Para el capitalismo clásico, el tiempo perdido es el tiempo
exterior a la producción, la acumulación y el ahorro. La moral laica que se
enseña en las escuelas de la burguesía ha implantado esta norma de vida. Sin
embargo, por un artificio inesperado, el capitalismo moderno necesita acrecentar
el consumo, "elevar el nivel de vida" (recuérdese si se quiere que
esta expresión carece rigurosamente de sentido). Como al mismo tiempo las
condiciones de la producción, parcelarizada y cronometrada hasta el extremo,
han llegado a ser completamente indefendibles, la moral, que ya circula en la
publicidad, la propaganda y en todas las formas del espectáculo dominante,
admite francamente que el tiempo perdido es el del trabajo, que ya sólo se
justifica por sus diversos grados de ganancia, lo cual permite comprar el
reposo, el consumo, el ocio -es decir, la pasividad cotidiana fabricada y
controlada por el capitalismo.
Si ahora consideramos la facticidad de las necesidades de consumo
que crea y estimula incesantemente la industria moderna -si se conoce el vacío
del ocio y la imposibilidad del reposo-, podemos plantear la cuestión en
términos más realistas: ¿Qué no sería tiempo perdido? Dicho de otro modo: ¿De
qué abundancia hablamos cuando hablamos del desarrollo de la sociedad de la
abundancia?
Esto puede servir evidentemente como piedra de toque para muchos
puntos de vista. Por ejemplo, cuando en uno de los periódicos en los que se
despliega la inconsistencia teórica de esas personas a las que llaman
intelectuales de izquierda -me refiero al France Observateur- puede
leerse un titular que anuncia algo así como "El utilitario al asalto del
socialismo" sobre un artículo que explica que los rusos empiezan a
perseguir individualmente un consumo privado de bienes al estilo americano,
comenzando, naturalmente, por los automóviles, no podemos evitar pensar que no
es necesario haber asimilado, después de Hegel, toda la obra de Marx, para
advertir por lo menos que un socialismo que retrocede ante la invasión del
mercado por automóviles utilitarios no es en modo alguno el socialismo por el
que ha luchado el movimiento obrero. De forma que no es en función de su
táctica o de su dogmatismo por lo que hay que oponerse a la burocracia
dirigente de Rusia, sino sobre la base de que la vida de los individuos no haya
cambiado realmente de sentido. No se trata aquí de la oscura fatalidad de la
vida cotidiana destinada a seguir siendo reaccionaria. Es una fatalidad
impuesta desde el exterior por la esfera reaccionaria de los dirigentes
especializados, cualquiera que sea la etiqueta bajo la que planifican la
miseria en todos sus aspectos.
Luego la despolitización actual de muchos de los antiguos
militantes de la izquierda, su abandono de una cierta alienación para
abandonarse a otra, la de la vida privada, no tiene tanto el sentido de un
retorno a la privatización como refugio contra las "responsabilidades de
la historicidad" cuanto el de un alejamiento del sector político
especializado, y por tanto manipulado siempre por otros, en el que la única
responsabilidad que se asume realmente es la de abandonar todas las
responsabilidades en manos de jefes incontrolados. Es ahí donde se ha burlado y
se ha frustrado el proyecto comunista. No puede oponerse en bloque la vida
privada a la vida pública sin preguntarse: ¿qué vida privada? ¿qué vida
pública? (pues la vida privada contiene los factores de su propia negación y
superación, igual que la acción revolucionaria colectiva ha podido nutrir los
factores de su degeneración), así como sería un error calibrar la alienación de
los individuos en la política revolucionaria, cuando de lo que se trataría
sería de la alienación de la política revolucionaria. Está bien dialectizar el
problema de la alienación y señalar las posibilidades de alienación que
constantemente aparecen en el seno de la lucha contra la alienación misma, pero
debemos subrayar también que todo esto debe aplicarse en el plano más elevado
de la investigación (por ejemplo, en la filosofía de la alienación en su
conjunto), y no en el del estalinismo, cuya explicación, desgraciadamente, es
más tosca.
La civilización capitalista no ha sido superada en ninguna parte,
a pesar de que sigue engendrando por doquier a sus enemigos. El próximo avance
del movimiento revolucionario, radicalizado por la experiencia de las derrotas
anteriores, y cuyo programa reivindicativo deberá enriquecerse en la medida de
los poderes prácticos de la sociedad moderna, los cuales constituyen
virtualmente a partir de ahora la base material que faltaba a las corrientes
del socialismo llamadas utópicas, éste próximo intento de contestación total
del capitalismo del que hablamos, sabrá inventar y proponer otro uso de la vida
cotidiana, y se apoyará inmediatamente en nuevas prácticas cotidianas, en
nuevos tipos de relaciones humanas (sin ignorar ya que toda conservación en el
seno del propio partido revolucionario de las relaciones dominantes en la
sociedad existente lleva insensiblemente a la restauración, con diversas
variantes, de esta misma sociedad).
Así como la burguesía en su momento, en su fase ascendente, tuvo
que liquidar implacablemente todo lo que estaba más allá de la vida terrenal
(el cielo, la eternidad), así también el proletariado revolucionario -que jamás
pudo reconocer un pasado o un modelo sin dejar de existir como tal- deberá
renunciar a todo lo que esté más allá de la vida cotidiana. O más bien a todo
lo que pretende estar más allá: el espectáculo, el gesto o la frase
"históricos", la "grandeza" de los dirigentes, el misterio
de las especializaciones, la "inmortalidad" del arte y su importancia
extraña a la vida. Lo que quiere decir: renunciar a todos los subproductos de
la eternidad que han sobrevivido como armas del mundo de los dirigentes.
Al destruir su actual resistencia a lo histórico (y a todo tipo de
cambio), la revolución en la vida cotidiana creará las condiciones para que el presente
domine sobre el pasado, y en las que la creatividad se imponga a la
repetición. Hay que esperar por tanto a que el lado de la vida cotidiana
expresado por los conceptos de la ambigüedad -malentendido, compromiso o abuso-
pierda mucha de su importancia, en provecho de sus contrarios, la elección
consciente o el riesgo.
El actual cuestionamiento artístico del lenguaje, contemporáneo
del metalenguaje de las máquinas, que no es sino el lenguaje burocratizado de la
burocracia en el poder, será superado entonces por formas superiores de
comunicación. La noción presente de texto social descifrable deberá desembocar
en nuevos procedimientos de escritura de dicho texto social, en la dirección
sobre la que investigan actualmente mis camaradas situacionistas con el
urbanismo unitario y el esbozo de un comportamiento experimental. La producción
central de un trabajo industrial completamente transformado será la gestión de
nuevas configuraciones de la vida cotidiana, la creación libre de
acontecimientos.
Antes de ser efectuada de una forma natural por todos los hombres,
la crítica y la recreación constantes de la totalidad de la vida cotidiana debe
emprenderse bajo las condiciones de la presente opresión, y con el objetivo de
arruinarlas.
No es sin embargo un movimiento cultural de vanguardia el que
puede cumplir semejante programa, aunque comparta simpatías revolucionarias. Ni
tampoco un partido revolucionario de corte tradicional, aunque otorgue un lugar
importante a la crítica de la cultura (entendiendo por ello el conjunto de
instrumentos artísticos o conceptuales mediante los que una sociedad se explica
a sí misma y se representa los objetivos de la vida). Esa cultura y esa
política están agotadas, y no es extraño que la mayoría sienta indiferencia
hacia ellas. La transformación revolucionaria de la vida cotidiana, que no está
reservada a un vago futuro sino planteada inmediatamente ante nosotros por el
de-sarrollo del capitalismo y sus insoportables exigencias, no siendo su otra
alternativa sino la perpetuación de la esclavitud moderna, esta transformación
señalará el fin de toda expresión artística unilateral y almacenada bajo la
forma de mercancía, al mismo tiempo que el de toda política especializada.
Esta será la tarea de una organización revolucionaria de nuevo
tipo; tarea que comenzará a partir de su formación.
Guy Debord
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