Cuando estás en tu casa cualquier acaso te
deja en suspenso. En cambio en viaje a cada vuelta te recibes dé maese en
acasos. En tu casa un acaso cualquiera te enajena y no eres quien hasta que lo
olvidas o hasta que, después de mucho, consigues ponerte a su altura. Recién
entonces pasas y tu vida retoma su curso. Contrariamente, cuando viajas ningún
trance parece quedarte grande. Tu cabeza va siempre a la altura del sol; tus
hombros tienen infaliblemente el ancho del camino; tu cintura es un haz de
quiebros y tu corazón palpita al ritmo de tus pasos y no según lo que éstos te
van poniendo por delante, sean horrores, delicias, prodigios o trivialidades.
Un viajero es un impávido a toda vela.
Así yo, a la hora de haber dejado la playa
peligrosa de Pichicuy, ya estaba mintiendo en una caleta situada algo más al
norte llamada Polcura. Acodados en la borda del único bote de la caleta,
inclinados sobre su cavidad maloliente para no darnos las caras, los dos
habitantes del lugar y yo nos ayudamos a zurcir nuestras respectivas
imposturas: la mía, de periodista; la suya, de pescadores más claros que los
hijos de Zebedeo. Y después de un rato nos despedimos.
-¡Qué engañador más pobre! -me increpó
Ulises, siempre presente en mi cabeza-. ¿Todavía no sabes que el engaño es el
atuendo del viajero, mejor cortado mientras más verosímil, más resistente
mientras más fluido y más elegante mientras más novedoso? ¡Periodista! ¿Por qué
no les dijiste que eres poeta?
Intenté defenderme mascullando maldiciones
en contra de la época en que me toca vivir en la que el engaño es ramplón
porque la verdad es difusa, pero sólo conseguí oír una risa inexorable, una
risa capaz de cegar de ira a un cíclope. A mis espaldas, la risita socarrona de
los dos pescadores confirmó el juicio de Ulises: el hombre que se iba no los
había engañado; el hombre que se iba podía ser cualquier cosa -inspector de
veda o informante de la policía antidrogas- excepto lo que había dicho ser; el
hombre que se iba andaba, miraba y hablaba como uno que disimula, como uno que
anda tras algo secreto, como uno que se lleva una imagen irreconocible de
aquellos con los que ha estado, como uno que consigue lo que quiere sin que
nadie lo note. Me volví para hacerles una señal amistosa antes de abordar el
furgón. Los perros redoblaron sus ladridos y los amos hicieron como que ya
estaban en otra cosa.
Ignacio Balcells
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